miércoles, 6 de marzo de 2019

Jugando a ser un ser humano


Parto de la idea de que todo ser vivo que siga sus instintos hace lo que tiene que hacer, es lo que tiene que ser, y en él no debe existir otro planteamiento distinto en todo momento y lugar, los cuales no son más que el contexto donde tendrá que concretarse.

En la mayoría de ocasiones se activará su estado de alerta por peligro, en otras por necesidad de alimento y líquidos, también descansará por necesidad, en alguna medida estará repercutido por algún grado de sociabilidad ocupando un rol dentro de su grupo, y cuando no, su actitud ante la reproducción, entre otros comportamientos naturales. Nada de ello fuera de su instinto.

Los seres vivos, cuando viven coherentemente, saben lo que tienen que hacer. Ésto es una obviedad.

Este “saber lo que tienen que hacer”, por un lado le viene implícito en su carácter genético, otra porción es aprendido directamente de sus familiares y grupo social, y existe otra tercera correspondiente al aprendizaje que es el particular de su experiencia, pero, todo ello encaminado a desempeñar correctamente lo que su ser le demande en el momento y en el lugar en el que se encuentre.

El aprendizaje particular es dependiente del mundo exterior, es decir, aprenden cómo es la realidad que les rodea, pues es en este contexto desde donde tienen que valerse para ser ellos mismos.

Así es que reconocemos a los seres vivos por estas tres características de su comportamiento; hacen lo que tienen que hacer, son lo que tienen que ser y aprenden del contexto.

No quiere decir ésto que ser un ser vivo sea fácil, nada más lejos de la realidad, ya que las circunstancias son cambiantes de momento a momento y tienen que vivir en casi constante alerta, pendientes de las informaciones que les faciliten sus sentidos, para intentar adelantarse a la realidad antes de que se produzca y así estar preparados ante lo que se pudiera producir.

En fin, viven en constante alerta porque viven en el presente, incluso cuando parece que prevén un futuro también, pues aún cuando se refugian o construyen una madriguera o un nido, es para el presente, pues al encontrar un sitio seguro para descansar, o sacar adelante a su descendencia, o protegerse de las inclemencias del tiempo, lo que hacen es ganar tiempo hasta que puedan valerse mejor por sí mismos, o esperar a un momento más propicio.

Sus vidas son así, hacen lo que tienen impreso en sus genes, en el lugar donde se desenvuelven y aprendiendo del entorno mientras sus facultades físicas y “mentales” se lo permitan, tal es así el nivel de estrés y exigencia natural que normalmente no suelen tener una longevidad muy elevada, salvo que carezcan de amenazas en el entorno, y los contratiempos y accidentes a los que se enfrenten no les acorten sus vidas.

Ahora bien, se da el caso de los seres vivos desubicados, es decir, aquellos que no viven en su ambiente salvaje con sus congéneres, sino que se desarrollan en otro artificial.

No me refiero al mundo del parasitismo, ni de las relaciones simbióticas de aquellos seres que por circunstancias adaptativas desarrollan sus vidas dependientes de otra especie, me refiero a especies que usan a otras y las mantienen para sacarles el beneficio esperado, como lo hace el ser humano con los rebaños y los animales de compañía, o las plantas que cultiva. Los denominaré como “pastores” y “pastoreados” por asemejarse gráficamente al concepto.

En este caso, por parte de los “pastores”, hay un aprovechamiento consciente y voluntario de las capacidades de los animales y plantas para su propio beneficio, y éstos pierden parte de sus instintos por tener asegurada su supervivencia, lo cual les desconecta, al menos en parte, de su origen natural, a ambos.

Éstos animales y plantas, aunque básicamente son naturales, se comportan de manera distinta a cómo lo harían en el mundo natural salvaje, y aunque tienen los mismos instintos de supervivencia, al estar relacionado su aprendizaje vital con su modo de vida, se vuelven dependientes de la voluntad de sus pastores, quienes los controlan y dominan para su beneficio.

Tal es así que los “pastoreados”, dependerán de la fuente de alimento ofrecida, demostrarán cierto grado de sumisión a su circunstancia y terminarán sus días sin otro planteamiento que seguir así. Incluso, tras generaciones de pastoreo, quedará constancia en la genética de estas especies generando adaptaciones muy concretas que fuera de ese contexto no se darían. 

Por último, llegamos a esos “pastores”, cuyo proceso adaptativo les ha llevado a hacer lo que hacen y ser quienes son. Aprender a ser de esa manera es lo que mayoritariamente hacen durante toda su vida.

Son quienes modifican los recursos naturales a su antojo y se valen de ello para salir a delante. Son quienes viven conceptualizándo todo, utilizando el pensamiento de manera voluntaria antes de cualquier acto y asumen que cualquier congénere también lo hizo, hace y hará. Son los seres humanos, nosotros.

Nuestra dependencia mayor es la del conocimiento, pues precisamos superar problemas y ésto nos hace aprender, valiéndonos de la herramienta del aprendizaje a sabiendas que lo hacemos, y después lo transmitimos a nuestros afines coetáneos, convirtiéndose dicha transición en garante de continuidad. Dicha continuidad atrae un grado de mejora de la vida, y con ello se cierra el círculo del pensamiento que se inició cuando apareció el problema.

Dicha continuidad implica a dos tiempos verbales; presente y futuro, pues, la superación del presente lleva implícito un presente distinto, que debería ser mejor, ya que ese procedimiento cognitivo fue herramienta para solucionar un problema presente, y ello implica la mejora futura de superarlo. Por lo general, cada superación consigue una mejora que genera una situación futura distinta.

Básicamente ese es el proceder humano, no muy distinto de cualquier otro ser vivo, pero con la diferencia de la voluntad de superar los problemas, y esto en casi cada aspecto que se plantee de la vida, desde lo más físico hasta lo puramente intelectual, desde lo conocido hasta lo desconocido, en fin, en él, nada se puede dejar al mero instinto natural, pues ha de anteponerse el pensamiento siempre.

Dicha característica nos sitúa donde estamos, tanto tú como yo, en nuestro contexto, miremos por donde miremos, hay pensamiento humano que va colonizando el mundo natural, relegándolo a espacios muy concretos, y a ser posible, controlados según la finalidad que se ha de conseguir.

Vivimos, por tanto, humanizándolo todo, pues todo ha de servirnos para algo en el momento histórico en el que nos encontremos, y siempre bajo la premisa del mejor presente posible, pues es cierto que eso de ir a la tienda a por comida es mejor que enfrentarse a las calamidades de la caza, pesca y agricultura, como también es mejor la utilización de vehículos para ampliar los alcances a donde se puede llegar para encontrar recursos para vivir mejor, o compartir el conocimiento para llegar a conclusiones que salven vidas o propongan soluciones que mejoren el presente, etc.

Como no, el conocimiento se convierte en director, éste se canaliza a través de religiones e ideologías desde las que se contemplan todos esos avances. Dicho conocimiento recae en ciertas personas, a las que se les otorga el poder de ser poseedores de la ejecución y la interpretación de cuanto deba ser propuesto, quienes también, controlan el modo y la manera de dosificar el conocimiento adquirido a los individuos a los que se les debe, pues requieren de tiento y maña para llevar a cabo dichos avances en sus vidas directamente, ya que antes ha de evaluarse como beneficioso para dicho sistema en el que están inmersos, y no siempre la aplicación es directa.

En fin, que en esta contienda de conocimientos nos encontramos los seres humanos, todo en nuestras vidas ha de estar cobijado bajo el paraguas del conocimiento, y éste, avalado por esa premisa de procurar un mejor futuro, de lo contrario, será puesto en duda o rechazado.

Tanto desde la persona más insigne hasta la más corriente, es ésto lo que hacen, no hay ninguna diferencia, cada cual en su entorno, pero, en nada se diferencian.

Precisamente, éste es nuestro momento evolutivo, el pensamiento voluntario, aunque instintivamente suceda y no podamos evitarlo, siempre lo consideraremos como el símbolo de dignidad personal y lo hemos asociado a ideas de libertad y potencialidades. Desde el resarcimiento de las necesidades básicas naturales, hasta la consecución de cualesquiera ambiciones, nada habrá que no esté moldeado, dirigido y justificado por una idea que contendrá el conocimiento al que se quiere llegar.

Éste es el logro de la humanidad, cualquier avance no es más que eso, el conocimiento obtenido, y una vez afianzado, permite dar paso a otros avances, y así continuar mientras se pueda, como lo hacen las bacterias en una placa de petri.

Nuestro comportamiento no difiere en la esencia al de cualquier proceso natural, pero, para aprender a ser humanos, hemos de tomar conciencia de ello ya que no nos basta con el seguimiento ciego de los instintos, sino que ese otro instinto de pensar más allá de la superación de la necesidad biológica inmediata, nos trasciende y dirige nuestras vidas hacia la voluntad de encontrar un futuro mejor, que es para asegurarse un mejor presente, pero de manera objetiva, consciente y voluntaria.

Ser un ser humano es ésto, por eso cualquier limitación en este sentido lo apreciamos como una intrusión a nuestra dignidad, ya que ese mensaje que llevamos implícito de mejora futura, nos lo cohíben, y ello lo notamos con dolor instintivo hacia la verdadera tendencia humana, la de mejorar. Cualquier acción que realizamos lleva éste mensaje implícito de mejorar, desde la sumisión a las necesidades perentorias hasta la asunción de los riesgos de una ambiciosa apuesta.

Por otro lado, el ser humano también aprende a ser quien es, aceptando el aprendizaje de su especie, incluso imitando el comportamiento en determinadas circunstancias, pues ello también ofrece un mejor futuro, lo cual es constatable día a día, gracias a ello, va adquiriendo habilidades y seguridades, tanto físicas como intelectuales, que le servirán de base para desarrollar su personalísima manera de enfocar su premisa irrenunciable de mejora.

Como es natural, al estar implicados en el ambiente contextual, es desde él, desde donde aprenderá a llevar a cabo ambas situaciones, para encontrar su particular manera de hacer, según tenga que ser, y de ésta manera cumplir con aquellas obviedades de los seres vivos de: hacen lo que tienen que hacer, son lo que tienen que ser y aprenden del contexto.

Suele suceder que iniciamos la vida humana aprendiendo del ambiente cercano, se adquiere lo que se ha de ser mediante la imitación y el aprendizaje, y tras ello, se hace lo que se tiene que hacer, proceso muy común con el que todos estamos muy familiarizados en nuestras vidas. Éste proceso se repetirá tantas veces como iniciemos una andadura existencial importante. No obstante, nuestro instinto de pensar voluntario para un futuro mejor, se antepone a cualquier tesitura vital y habrá quien se sume o quien no, quien aporte algo a lo sumado o quien no, pero siempre en busca de esa percepción personal de mejora que de no producirse, generará dolor, y éste motivará movimientos a modo de sacudidas, para intentar liberarse de esas ataduras, que van en contra de la legítima finalidad del ser humano, de buscar su mejora existencial.

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