sábado, 25 de abril de 2020

¿ Por qué sentimos ?

Si te fijas bien, sólo sentimos la carencia pero nunca la plenitud, porque sólo sentimos lo que nos falta para llegar a cierto punto, bien sea por carecer de él o por que nos hemos pasado, y a demás este punto no es fijo, ya que dependiendo de nuestra experiencia vital éste cambia, es decir, aprendemos de lo beneficioso o perjudicial que es la nueva experiencia y se actualiza.

Ciertamente creemos que sentimos la plenitud, la felicidad, el placer, el éxtasis, etc., y así lo creemos porque todos hemos tenido experiencias que se identifican con ello, éstas empiezan por un desencadenante y van subiendo en intensidad, tras llegar a su clímax desciende hasta desaparecer, el momento suele ser efímero o de corta o muy corta duración, lo cual dependerá de cuestiones estrictamente fisiológicas, así que nuestra experiencia nos hará recordar ese máximo y por ello decimos haber sentido su intensidad, pero por defecto, todo es una escalada hasta llegar a ello, y su posterior normalidad.

En realidad, sentimos un momento de ello, después desaparece y la vida se convierte en acciones que nos deberían acercar a ello, porque una vez sentido ese es el punto nuevo a desear. Tal es así que este conocimiento desdeña al anterior, o lo tiene en cuenta como carente de evolución.

Pero para volver a sentirlo, tenemos que realizar las acciones que nuestras sensaciones nos incitan, porque siempre se busca un sentirse mejor, así que sentimos querer llegar a ello, a través de las señales fisiológicas que nos dicen que lo necesitamos, y tras ello lo perseguimos tanto más enconadamente como primordial notemos su carencia. 

Ese punto no lo sentimos, es decir el “no hambre”, “no sed”, “no bien”… sólo sentimos lo que nos pasamos de él o lo que nos falta por llegar a él, pero nunca lo sentimos por sí mismo, sino que las sensaciones corporales nos informan de nuestro estado con respecto a esos puntos. Incluso fisiológicamente, nuestro organismo está preparado para dejar de percibir el estado actual y sólo notar las variaciones del mismo, pero lo que si permanece en nuestro recuerdo es ese conocimiento de cómo debería ser aquello a conseguir, y asociamos a ello el sentimiento de “no sentirlo”.

Si tenemos hambre o sed, o nos herimos con la pincha de una rosa, lo percibimos como mal estar porque aparecen dolor, incomodidad, sufrimiento, etc… pero el punto mismo de no sentir dolor o incomodidad o sufrimiento, eso no lo sentimos, más bien vivimos bajo un convencimiento personal que nos hace comprender que estamos en ese lugar en el que ni hay mucha falta ni hay ese exceso, porque en ambos se producen esos “mal estar”, así que hay un margen entre esos dos extremos en el que nos sentimos cómodos, nos movemos con seguridad y sabemos manejarnos.

Cuando se producen excesos, a menudo lo percibimos como una sensación de malestar, por aparecer el dolor, la incomodidad, o cualquier otra sensación que nos saca de esa estabilidad para lo que estamos preparados, generando el consiguiente sentimiento que nos informa de que aquello no es estar bien y puede ser suficiente para corregirnos, no obstante, como el cuerpo se adapta al medio, con su repetición se puede conseguir alcanzar un nuevo estado en el punto de estabilidad, generando ahora el sentimiento de estabilidad con esta nueva situación.

Incluso, en aquellas sensaciones que deberían ser placenteras, y se perciben como tal por su intensidad sensorial, por sí mismas y por atractivas incitan a prolongarlo en el tiempo o aumentar la frecuencia con que se desea sentir. Normalmente esas sensaciones están ligadas a funciones muy concretas y vitales en su origen, pero ésta atracción sensorial puede desencadenar una desconexión entre el cuerpo y la mente de quien lo practique en relación con su finalidad, convirtiéndose su repetición en deseo, el cual ha creado una nueva señal fisiológica que será percibida como nueva necesidad en este organismo.

Nuevamente, la insatisfacción es no sentir esa sensación placentera y se recurre a ella en cuanto se dé una oportunidad, siendo percibido cualquier otra consecuencia tras ello como inevitable o precursora de este estado, tal y como sucede con cualquier otra necesidad corporal, prevaleciendo sentir esa sensación y se siente como vital.

Sea como fuere, necesitamos vivir en un segmento en el que nuestras sensaciones nos informan de que es aceptable vivir, bien por estar percibiendo sensaciones positivas bien por ausencia de sensaciones negativas, así que deseamos sensaciones que producen sentimientos positivos y así convenimos en que estamos en nuestra zona vital.

Dicha zona vital está plagada de convenciones, todas provenientes de lo aprendido tras los retos u oportunidades que nos depara el momento, pero también de previsión pues siempre existe un elemento constante de incertidumbre al tener muy presente las carencias que nos generan esas malas sensaciones.

Cada cual, aunque seamos afines como seres, no lo somos en nuestra zona vital, aunque todos avanzamos en aquello que nos dirige en esa dirección, bien procuramos huir de lo que se presenta como una amenaza o luchamos contra ello, pero da igual, cada cual tendrá su espacio individual en el que es él, porque sus sensaciones personales le otorgan su estatus de “no sentirse, a sí mismo, mal” y vivirá en relación a ello. 

Esto es a modo individual, pero en ese espacio es complicado vivir, y sobre todo de manera constante, porque el contexto en el que uno se mueve es cambiante al estar plagado de elementos que se repercuten constantemente, aunque se puede llegar a ciertos compromisos contextuales en los que bajo ciertas circunstancias se consigue ese espacio vital propio.

Pero, en ese contexto tiendes a asociarte a otros seres con los que pareces compartir  finalidades y eso te da una sensación de seguridad y tranquilidad, al no tener que luchar, fingir, ocultar ni posponer lo que quieres hacer, sino que en ello encuentras solución y estas alianzas o uniones, establecen acuerdos tras los que cada cual tiene asegurada cierta parte de esa zona estable, no toda pero sí en gran medida.

Claro está que además de comer, beber y cuantas necesidades básicas estén contempladas y conseguidas como grupo, existen otras necesidades que se adquieren en esos grupos humanos con los que uno se relaciona, y que tras su uso, deja un poso de necesidad que le hace volver a ello, no sólo por el entorno en el que suele estar envuelto, sino porque esa necesidad empuja dentro del segmento de estabilidad y hace su función a modo de dependencia, tras lo cual se consiguen sensaciones que parecen justificarlo.

Estas nuevas dependencias adquieren su importancia en el segmento de la estabilidad, a la misma altura que las necesidades básicas con las que venimos a este mundo, lo cual introduce un elemento más de inestabilidad a la ya de por sí frágil vida.

Esto es así y tiene su paralelismo en cualquier ser semejante, desde los llamados seres vivos hasta los inertes, pues en ellos existe esta dinámica que es la que les hace continuar.

En los seres inertes, ese segmentos es el estado de equilibrio, tan durables como su naturaleza se lo permita, y en el caso de los seres vivos, la vida se establece a base de necesidades, y siempre existirá la mayor de todas, la de estar dentro del segmento de estabilidad personal, lo cual nos obligará a tener que ir superando las necesidades que surjan, y siempre sentiremos por las mismas razones, la carencia de estar en ese segmento, pero nunca sentiremos que estamos ahí, aunque siempre podremos convenir estarlo al darse las circunstancias que a uno le hacen creer que está ahí, pero sólo lo sabe porque continúa.

Todo este texto en realidad es un proceso innato natural, no hay duda en ello sólo es acción natural; están los sentimientos y las sensaciones asociadas a ellos para motivar las acciones que superen las vicisitudes, y todo ello es sólo para acometer el momento, pero al igual que no puedes sentir no necesitar, tampoco puedes no hacer este mecanismo, y esto es porque cada una de tus células lo tiene impreso y en tu ser complejo, éste es el mecanismo por el que la naturaleza se vale para que tú seas, es decir que sentimos para ser naturaleza, y ésta se vale de nosotros para ser ella misma.

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